Lecciones de la privatización de Royal Mail

Los gobiernos liberales de Europa han apostado por la privatización de buena parte de los bienes públicos, uno de ellos es el servicio postal inglés, con 500 años de historia a sus espaldas, lo que ha supuesto un mal negocio para los bolsillos de los ingleses.

Las privatizaciones suelen dan mucho que hablar, generalmente en proporción directa a los suculentos beneficios que suelen proporcionar y que además rara vez revierten en las arcas públicas, ya que su rastro se suele perder en el sinuoso laberinto formado por empresas y bancos privados. El último ejemplo nos lo ha proporcionado la Oficina de Auditoría Nacional de Gran Bretaña que ha auditado el proceso de privatización de Royal Mail, el servicio postal inglés.
Esta compañía fue creada en 1516 por Enrique VIII con lo que se acerca a los quinientos años de existencia. No parece, sin embargo, que la edad sea un obstáculo para privatizar una empresa, antes al contrario, es posible que proporcione cierta imagen de solidez relacionada con la tradición, que en el caso de Royal Mail, está totalmente justificada, al ser, seguramente, la única compañía que todavía recoge y reparte correo los sábados. Así pues, nada queda a salvo del afán por privatizar los bienes públicos que están impulsando los gobiernos liberales en toda Europa.

El impulso político es evidente, sin embargo, la posterior puesta en práctica del proceso, a juzgar por el informe de auditoria, no deja muy bien parado al Gobierno de Cameron. Dicho informe concluye que los contribuyentes británicos perdieron 750 millones de libras en un solo día y es que el precio de la acción de Royal Mail subió nada más y nada menos que un 38% durante el primer día de cotización. Este incremento deja en evidencia que el precio de venta de las acciones se fijó muy por debajo de su valor real, máxime cuando en los siguientes cinco meses el precio de la acción se ha mantenido en un rango que ha oscilado entre el 38% y el 86% del precio de salida.
Y a partir de ese dato el informe se dedica a indagar en las causas por las que la venta de las acciones de Royal Mail se produjo a un precio tan bajo. La Oficina de Auditoria en su informe analiza un buen número de cuestiones que se pueden resumir en tres o cuatro apartados. En primer lugar, se achaca una excesiva dependencia hacia el banco de inversiones que asesoró al Gobierno en todo el proceso, ya que además de asesorar realizó una gran cantidad de tareas que iban desde la selección, la supervisión y la colocación de las acciones hasta la exploración de otras alternativas de venta. El banco de inversiones Lazard que ha actuado como asesor del proceso prácticamente ha monopolizado todos los aspectos de la venta de acciones con lo que no ha tenido ningún incentivo para obtener un precio de venta superior.

Otro de los aspectos que critica duramente el informe son los objetivos planteados con la privatización. Aunque sendos informes de Richard Hooper presentados en 2008 y 2010 recomendaban la entrada de capital privado en Royal Mail para modernizar la gestión de manera rápida y efectiva, parece que el Gobierno se ha guiado por otras consideraciones durante el proceso de privatización. Según revela el informe de auditoría los posibles inversores ponían como condición para comprar una parte de las acciones que el Gobierno se quedara con una participación minoritaria que no superara el 30% del capital.
Esta exigencia por parte de los potenciales compradores presionaba al Gobierno para que lograra la venta de todas las acciones que correspondían con el 60% del capital, ya que el 10% restante eran para las personas que trabajan en la compañía. A esa presión externa para que el Gobierno vendiera toda su parte hay que añadir la voluntad expresada por el Gobierno de privatizar la empresa en esta legislatura, lo que añadía el empuje del tiempo a la necesidad de vender todo el paquete de acciones que se sacara a la venta. Estos dos factores han tenido una gran influencia presionando a la baja en el precio final de venta de las acciones.

A esa presión a la baja sobre el precio habría que añadir otro tipo de errores más relacionados con el diseño de la operación. El informe de auditoria critica duramente que para la fijación del precio se tomara como referencia el dividendo que repartiría la compañía durante ese primer año en manos privadas. Como dice el auditor, calcular el precio en función del dividendo de un año es establecer el precio de la acción en función de un criterio que valora el corto plazo para una inversión que teóricamente tiene vocación de permanencia y que por lo tanto tendría que tener en cuenta variables relacionadas con el largo plazo.
La consecuencia de usar ese criterio ha llevado a infravalorar a la empresa. Asimismo, el informe critica que se anunciara relativamente pronto y tras un contraste con los inversores muy limitado, el precio mínimo y máximo que podría tener la acción. Una vez hecho público ese rango de variación del precio era muy difícil modificar al alza el precio final sin poner en peligro el éxito de la venta.

El proceso de venta tampoco sale muy bien parado en el informe. El Gobierno de Cameron quería que la empresa privatizada tuviera un núcleo de inversores estables y con vocación de permanencia en el tiempo. El banco asesor en el proceso de privatización seleccionó a 17 inversores que cumplían con los requisitos que planteó el Ejecutivo para formar ese núcleo estable. Pasados cinco meses desde el inicio de la cotización de las acciones de la compañía privatizada solamente uno de los inversores llamados a formar el núcleo «duro» de empresa mantiene sus acciones; el resto se ha desecho de ellas apuntándose golosas plusvalías.

No hay que ser mal pensado para concluir que no parece un problema de «mal ojo» sino una cuestión de «mucha cara». En cualquier caso, el sistema elegido para colocar las acciones entre los inversores incentivaba la venta del total sobre la mejora del precio y eso es lo que ha ocurrido: han conseguido vender todas las acciones pero a unos precios muy bajos.

La conclusión del proceso de privatización de Royal Mail no puede ser más desalentador. El sector público se ha desprendido de una empresa viable y con futuro a cambio de muy poco dinero. El Gobierno británico en vez de guiarse por criterios económicos que garantizaran un precio razonable y una aportación de «saber hacer» para mejorar la gestión de la compañía de correos, se ha guiado por criterios ideológicos y políticos, lo que se ha traducido en una pérdida importante para el sector público. En ese camino de hacia la privatización los que realmente se han beneficiado han sido todos los actores externos que han estado involucrados en el proceso, empezado por el banco de Inversiones Lazard que ha actuado como asesor, siguiendo por el sindicato de bancos encargados de colocar las acciones encabezados por UBS, Goldman Sachs, Barclays y Merrill Lynch y terminando por los 17 inversores institucionales con vocación de permanencia que a la primera de cambio han vendido su participación sumando suculentos beneficios.

El primer día de cotización de la empresa privatizada un sello de primera clase valía 60 peniques, un 30% más que el ejercicio anterior.

Isidro ESNAOLA Economista

Periódico GARA

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